Especial
para MARCHA,
por Rodolfo J.
Walsh
Un recuerdo
atenuado de Masetti perdura en la calle Corrientes, en el Café La Paz; en el
hall del Nuevo Teatro unas letras de metal dicen su nombre, perdido entre
otros, porque hace años estrenó una obra; el único libro que escribió resulta
ahora inencontrable.
Y eso es todo. Masetti podía seguir derivando en el
olvido. Había otra historia que no
acababa de juntarse con la suya. Era la
historia de esos muchachos que hace un año se hicieron guerrilleros en Salta, y
están algunos presos y otros muertos, y otros fugitivos. Los diarios que contaron el incidente que
permitió descubrirlos, rodearlos, capturarlos, mientras su jefe, el Comandante
Segundo, se internaba en la selva.
Los que conocían a
Masetti se inquietaron. No hubo viajero
en La Habana, que en los últimos meses no llevara una pregunta, que siempre
volvía duplicada y sin respuesta. Ha
pasado un año. Se puede decir ahora que
Masetti está muerto, y que Masetti, por supuesto, era el comandante Segundo.
La historia de esa
guerrilla se escribirá, tal vez, cuando desaparezcan las instancias judiciales
que obligan al silencio; cuando los presos salgan y se pueda hablar de esa
aventura atroz, escondida, incomprensible para muchos.
Yo sólo quiero
recordar a Masetti como era en la isla lejana y cercada, en la agencia de
noticias que fundó y de alguna manera ayudó a destruir, en la pasión casi
juguetona que lo devoraba, en la tormenta de sus confusos amores, en el humor
grueso y eficaz del suburbio porteño, en el coraje recatado.
Decir que Masetti
era un gran periodista, exige aclaraciones.
Tenía dificultades con la sintaxis, a lo mejor no sabía lo que es un
“lead”, quizá le faltaba sutileza literaria.
Y sin embargo se puede decir;
Masetti fue uno de los más grandes periodistas que tuvimos, porque a
cambio de esos defectos le sobraba lo mero principal, Masetti se metía, y llegaba
antes, y volvía con la justa.
Su reportaje a
Fidel en la Sierra, casi al mismo tiempo que Herbert Matthews, es la hazaña más
importante - y más desconocida- del
periodismo argentino. Matthews tenía
alrededor una aureola que venía de la Guerra Civil Española; llevaba consigo el prestigio imponente del
New York Times. Masetti, no tenía nada,
Masetti era un oscuro cronista de radio El Mundo cuando en 1958 se mete por la
libre en el laberinto batistiano, llega a través de oscuros canales a ese pedacito de manigua en que doscientos barbudos
famélicos están cambiando la historia y descubre esa fantástica galería de
héroes risueños y terrenos, Camilo, Barbarroja, el Che, Ramirito, que tanto lo
impresionaron y a cuya imagen y
semejanza quiso modelar, y modeló su vida.
Masetti es otro hombre cuando de ese Olimpo candoroso y brutal baja a la
perturbada sofisticación de La Habana, donde se entera que nadie ha recibido
sus reportajes trasmitidos por la emisora rebelde. Se interna nuevamente en la Sierra, repite
todo el trabajo, y cuando sale por segunda vez ha visto la acción, ha empuñado
el fusil y tiene el grado de teniente del ejército revolucionario. El libro que enseguida escribió, “Los que
luchan y los que lloran”, es el testimonio apasionante de esa hazaña y de un momento
crucial en la vida de los cubanos.
La segunda empresa
de Masetti es aun más importante. A
comienzos de 1959, llamado por la revolución triunfante, crea la primera
agencia latinoamericana de noticias que consigue inquietar a los monopolios
informativos. Masetti no sabía nada de
agencias. Prensa Latina es una pura
creación suya, hecha a golpes casi geniales de intuición. Recuerdo el asombro que sentí cuando en julio
de ese año llegué a La Habana a incorporarme al equipo periodístico y vi las
teletipos funcionando mientras en cada país de América surgía una
sucursal. El crecimiento de PL es el más
vertiginoso en la historia del
periodismo. A dieciocho meses de su
creación tenía filiales en cada capital americana, en Londres, en París, en
Ginebra, en Praga; convenios firmados
con Tass, CTK, Hsin Sua, las agencias egipcias e indonesa, le daban un ámbito
mundial. Como negociador, Masetti
mostraba una insuperable flexibilidad: conseguía que los norteamericanos le
abrieran canales de teletipo (cuyo alquiler nunca llegó a pagar) con Buenos
Aires, Santiago, Río, Caracas, Washington, Nueva York; que los rusos le prestaran equipos de
detección y escucha; que los chinos le
construyeran una planta transmisora;
que “L Express” de París y el “New Statesman” de Londres cedieran
todos sus derechos latinoamericanos por ínfimas sumas. Más de cien clientes en América Latina y
muchos centenares en los países socialistas;
un volumen noticioso comparable al de las agencias norteamericanas; colaboradores regulares de la talla de
Sartre, Waldo Frank, Wright Mills; todo
esto era realidad a mediados de 1960.
Un año después ese
meteórico imperio se había desmoronado.
En cada país de América, la ruptura diplomática impuesta por Estados
Unidos fue precedida por el cierre de la agencia. Una lucha interna asestó a PL el golpe
definitivo. Afiliados comunistas
montaron en el seno de la agencia una verdadera conspiración anti-Masetti,
disfrazándola de lucha ideológica.
Masetti contemporizó mientras pudo;
al fin, les hizo frente. Se dice
que debió intervenir el ejército rebelde para impedir que la diferencia se
resolviera a tiros. No me consta, pero
de algún modo encaja con la imagen que conservo de Masetti.
Por esa época dejé
de verlo. Habíamos sido amigos. Creo que esa amistad no duró hasta el fin,
por motivos que ahora resultan triviales.
Cuando lo sacaron de PL, se fue a Argelia. De tanto en tanto tuve noticias suyas: estaba
en Moscú, estaba alfabetizando en la Sierra, estaba otra vez en el Ejército
Rebelde. Que haya aparecido en Salta
como el Comandante Segundo (obvia referencia a un esperado Comandante Primero)
no me asombra. Durante largas noches en
La Habana habíamos hablado de la revolución en la Argentina. El ignominioso gobierno de Frondizi parecía
justificarla, volverla posible.
El destiempo, la
deshora presidieron el destino turbulento de Masetti. Cuando viene a vestir el uniforme de guerrillero,
el país es otro, los argumentos más obvios para una acción revolucionaria se
han esfumado. Tiene un día de mala suerte; ése en que se despeña de un barranco salteño
y queda malherido. Tal vez sin ese
accidente absurdo, este hombre que ya había hecho cosas imposibles pudo repetir
la hazaña que lo alucinó cuando era un simple reportero? No sé.
De sus heridas se recupera lo suficiente para poder caminar, para que no
lo tomen prisionero. (Esa perspectiva,
recuerdo, lo obsesionaba: “Imaginate, que te agarren, que te hagan cantar, qué
vergüenza viejo”). Cuando todo está
perdido, cuando el furor de la selva ha aniquilado prácticamente a su grupo,
Masetti llena su mochila y se interna en la espesura, monte arriba.
No vuelve, todo el
mundo sabe que no puede volver.