La noche se prolonga



Frente de la Prisión Nacional.   Un gran paredón amarillo, y en medio  un portón de dos hojas más alto que ancho.  Las ventanas, a gran distancia del suelo, están enrejadas y cubiertas con alambres.  Como el portón, están pintadas de verde muy oscuro.  Se abre una pequeña puerta ubicada en la hoja derecha del portón y sale disparado el hombre, que cae al suelo.  La puerta se cierra y se abre  inmediatamente.  Sobre la cabeza del caído tiran un atado de ropas.  La puerta se vuelve a cerrar.  El hombre se va reincorporando hasta quedar sobre las palmas de las manos y las rodillas, mirando al público.

¿Y…para dónde agarro?  (MIRA HACIA AMBOS LADOS PARSIMONIOSAMENTE)  La primera vez que me soltaron si que sabía.  (COMIENZA A ANDAR EN LA POSICIÓN QUE SE ENCUENTRA HACIA EL BORDE DEL ESCENARIO)  Salí como ahora, como bala (SE PARA) pero de pie.  Saltando.  Corriendo.  Gritando (COMIENZA A SALTAR DE UN LADO A OTRO) Libertad, Libertad...Viva la libertad.  Llevaba... (SE DETIENE CUENTA CON LOS DEDOS) una banderita, y una escarapela aquí (SEÑALA  UNA SOLAPA) y otra aquí (SE TOCA LA OTRA) y con una cinta me había agarrado la corbata. (COMIENZA A MARCHAR RÍTMICAMENTE).  Y me fui derechito a Plaza de Mayo (MARCA EL PASO)  Libertad. Libertad. Libertad. Libertad. (SE DETIENE)  Cada vez que me encontraba con alguien iba corriendo a abrazarle (CORRE, FINGE QUE ABRAZA A ALGUIEN Y COMIENZA A DAR VUELTAS Y A GRITAR)  Y los dos gritábamos (MARCA EL PASO) Libertad. Libertad. Libertad (SALTA, CORRE) Y después los dos seguíamos saltando y corriendo hasta encontrarnos con otros dos y otra vez a gritar (MARCA EL PASO) Libertad, Libertad, Libertad.  (SE DETIENE CON PLACER)  Ah...Y cuando pasábamos por delante de algún policía…entonces si... (SALTA) saltábamos más alto, más alto y gritábamos con toda la fuerza que podíamos...Libertad...Libertad...Libertad...Y entonces casi llorábamos...yo casi, no.  Yo lloraba.  Gritarle libertad, en la cara, a un policía.  A uno de esos que había tenido que aguantar durante tanto tiempo, a uno de esos que había tenido que temer durante tanto tiempo, a uno de esos que había tenido que odiar durante tanto tiempo, que había soñado destrozar con mis propias manos, durante tanto tiempo.  Durante tanto tiempo me golpearon...durante tanto tiempo me insultaron, durante tanto tiempo gozaron mi sufrimiento.  Tanto tiempo...y sin embargo lo recuerdo todo, clarito, clarito. (GOLPES) No se me escapa nada.  Ni el frío que sentí al largarme de la cama.  Ni la cara de mi mujer, cuando preguntó: En qué estás metido.  Ni el bombo enorme en donde todavía estaba guardando el que tenía que ser mi hijo.  Ni el olor a grasa del fogón que mi mujer no había limpiado porque le dio náuseas.  No me olvido nada...nada...Quise embocar a la alpargata y le chingué y pateé una silla.  Pero no me dolió.  No.  Yo estaba pensando en otra cosa... (SUENAN VIOLENTOS GOLPES) (SE PARALIZA)  Mi mente estaba llena de esos golpes... (A CADA GOLPE HACE UN GESTO NERVIOSO)  La Delfina se puso en un rincón, tapándose el bombo con una manta.  Abrí despacio.  Dieron un empujón a la puerta y fui a caer sobre la cama.  Y entraron ellos.  Ellos.  Ellos.  Los ellos malditos  y odiados de uniformes oscuros y cinchas negras.  Y  me sacaron así.  Con un pantalón y en camiseta y descalzo.  Yo no podía ni hablar.  Pero la Delfina si.  Ella gritaba. Gritaba.  Y los insultaba. Y les pedía.  Y seguía gritando y chillando.  Hasta que uno de ellos, uno rubio...uno rubio...rubio, le miró el bombo y le dijo bajito, bajito: qué tenés ahí...qué estás tapando...Y entonces la Delfina se puso extraña... y lo miró con ojos raros...ni yo la conocía bien...Se fue apretando contra la pared...se fue pegando hasta querer meterse en un rincón, sujetando la manta contra la barriga…Y el rubio la fue siguiendo...siguiendo...despacito...en silencio.  Y a mi me agarraron más fuerte...De un tirón le arrancó la manta.  Y ellos se rieron.  Largaron una carcajada que me despabiló. Y comencé a forcejear...y a gritar yo también....Y a revolverme, y a morder...Y el rubio seguía riendo como un loco.  Así que estás llenita, le dijo a la Delfina, y quiso tocarle la barriga.  Y ella saltó, y lo escupió y lo puteó... y él...él...(TRATA DE CONTENERSE, SE RETUERCE LAS MANOS, SE LAS MUERDE) él… maldito...le largó una patada...(QUEDA INMÓVIL, SILENCIOSO DURANTE UN RATO) (HABLA APENAS SUSURRANTE) Mi Delfina cayó despacito, agarrando, abrazando lo que llevaba adentro...se fue resbalando...Y yo la miraba, la miraba, la miraba(ESTALLA) la miraba sin poder(ANONADADO) sin poder hacer nada, ni decir nada, sin ver nada.  Hacía frío.  Un frío atroz.  Un frío especial.  Me tiraron adentro de un automóvil.  No me moví.  No hice ni dije nada.  Nada.  Durante todo el viaje me pareció, estar en la pieza.  Entre uniformes  oscuros.  Y con la Delfina caída a mis pies, abrazándose la barriga y cantando...Cantaba una canción que yo no recuerdo, pero que me es imposible olvidar... La Delfina cantaba... (PEGA UN SALTO) Y yo grité... (TRATA DE CORRER HACIA UN LADO Y OTRO) Y grité como un loco.  Y me vi desnudo, acostado sobre la mesa de chapa.  Y otra vez estaba el rubio.  (HABLA SUSURRANDO) Me miraba...me miraba... (SE AGACHA  COMO OBSERVANDO SOBRE UNA MESA MUY CURIOSO) se agachaba bien para mirarme.  Y de pronto sonreía despacito (HACE EL GESTO) despacito (ESTALLA)y yo gritaba…gritaba. Por todo mi cuerpo corría electricidad...todo yo estaba electrizado...(GRITA MÁS) socorro...socorro...malditos...perros...socorro...(SE DETIENE EXPLICATIVO) y entonces el rubio paraba, se agachaba(HACE EL GESTO) me miraba sonriendo y una radio empezó a tocar a todo lo que daba(VA ELEVANDO EL TONO Y CANTA NERVIOSO) Por cuatro días locos que vamos a vivir...(más alto gritando) Por cuatro días locos que vamos a vivir...Y seguía la corriente...y yo me electrizaba...por cuatro días locos que vamos a vivir...y yo puteaba ...y yo lloraba...por cuatro días locos que vamos a vivir...y el rubio se acercaba y me espiaba adentro de los ojos y me  buscaba en la boca la lengua y entonces, más electricidad...más corriente...Por cuatro días locos...basta perros...que vamos a vivir...basta...basta.(ESTALLA EN SOLLOZOS).

Basta perdón, perdón... (GRITA) perdón perros malditos... perdón hijos de perra... (EXÁNIME CAE DE RODILLAS)    perdón...perdón...per...cuatro ...per...cuatro... (SE TOMA LA CARA ENTRE LAS MANOS Y SOLLOZA) (PAUSA PROLONGADA) (SE PONE DE PIE) Cuando terminaron conmigo, ya no era yo.  No me sentía.  No pensaba.   Miraba y no veía.  Mis brazos y mis piernas eran de otro.  A otro debían dolerle.  Porque estaban doloridas.  Porque estaban marcados de golpes.  Porque los dedos retorcidos estaban violeta, parecían morcillas podridas... Cómo debían dolerle al dueño, mis brazos y mis piernas y mis dedos y mi pelo...Me tiraron en un calabozo y no se acordaron de mí, hasta la noche siguiente.  Ya había reencontrado todos mis dolores y todos mis pensamientos.  Ya había vuelto la visión, la visión de la Delfina, la de los compañeros de la Unión preparando la huelga, la del rubio agachado...agachado...pegado casi a mi pecho para ver si aguantaba más...Ya había reencontrado a mis brazos  y a mis  piernas y a mis dedos confundidos todos en un mismo dolor...Ya estaba otra vez listo para empezar...Y empezaron...los escuché venir charlando....escuché claramente la voz del rubio....a metros de distancia le reconocí el olor... y otra vez desnudo sobre la mesa de chapas...otra vez los gritos...otra vez la electricidad...y el rubio agachado, buscando el centímetro de mi cuerpo que todavía no había torturado...Y otra vez el calabozo, y los recuerdos...(OBSESIONADO)  La Delfina muerta en el suelo, agarrándose la barriga...los muchachos preparando la huelga...el rubio riendo...riendo bajito...bajito...muy pegadito a mí y susurrando por cuatro días locos....Por cuatro días locos...Por cuatro días locos...Por cuatro días locos...Y la Delfina caída, muerta, agarrándose la barriga... y los muchachos  preparando la huelga...y mi nene encerrado todavía en la madre haciendo tortitas...tortitas...Y el frío, el frío extraño, húmedo, el frío distinto de aquella noche (TIRITA) el frío que todavía tengo...que nunca se me fue...que no me puedo despegar...(ESTALLA) sólo ese día me olvidé del frío...sólo la otra vez ...cuando gritaba. (RÍTMICO) Libertad... Libertad... Libertad… Libertad... Y me reía como un loco...y toda la gente se reía... y saltábamos alegres y nos abrazábamos... caminé cuadras y cuadras... Y la gente me seguía... Y yo feliz, con mi bandera y mis escarapelas y mi cinta... De todos los balcones nos tiraban flores y papelitos y nos saludaban...Y a mí más que a ninguno...La gente parecía adivinar de donde había salido... Y se reían conmigo más que con nadie... Y hasta las viejas copetudas me estrechaban las manos y me besaban.  Y yo seguía...Libertad... Libertad...  Libertad... Todo el día estuve dando vueltas, agitando mi bandera... todo el día en un brinco y en un grito, todo el día sin recuerdos, todo el día sin recuerdos.  Y todo el día esquivando los recuerdos que se me metían por las orejas, por los ojos... por los poros... ¿Por qué tenía  que estar contento?  ¿Por qué? ¿Me habían devuelto a mi Delfina?  Delfina estaba siempre ahí... en ese rincón... agarrándose la barriga... y mi hijo no había salido...se había quedado con ella, haciendo (CANTA) tortitas... tortitas... tortitas... En cambio yo no me había quedado con ellos.   Yo me fui... yo me dejé llevar... no clavé mis dedos en las paredes, ni en la tierra, para no dejarme arrastrar... no deshice a los milicos a mordiscones... no destrocé al rubio cuando quiso  tocar a la Delfina... Porque yo debiera haberlo destrozado… desmenuzado... triturado con estas manos estúpidas (LAS  GOLPEA CONTRA LAS PIERNAS, CONTRA LA CABEZA, CONTRA EL SUELO)  con estas manos estúpidas... No ... Yo no me quedé con ellos... fui cobarde... cobarde... cobarde por no haberme arrancado las venas con las uñas... cobarde por no haber muerto con ellos... para morir mil veces más por ellos en la otra vida... porque tiene que haber otra vida... es necesario que haya otra vida... Porque la Delfina y el chico no pueden haber terminado podridos... tirados... Ellos tienen que haber seguido juntos...viviendo... riéndose...  Tienen que haber gozado todos los planes risueños que la Delfina había preparado para los tres... Ellos los tienen que haber aprovechado... Sólo yo me  quedé en el camino... sólo yo fui el desertor... Ellos no... ellos siguieron  juntos... se fueron juntos para empezar juntos... se ganaron las carcajadas y las tardes de sol  y la caricia tibia del pasto y los copos de nubes blancas y la cerveza fresca y los mates calentitos, calentitos... calentitos.  Ellos tienen que usar la ropa nueva, tienen que morder el pan fresco, tienen que sentar su cansancio en el sillón blando... que se hunde... que se hunde.  Porque todo eso lo soñó la Delfina... Porque todo eso no se puede terminar de una patada... Porque todo eso es tan mínimo... tan poco... tan sencillo, que tiene que ser... Porque todo eso es tan elemental que tiene que lograrse.  Porque todo eso fueron sueños de años y años... sueños que nacieron al principio... al comienzo... cuando yo era una cosa... y Delfina era otra cosa... y cuando esas dos cosas, que fueron creciendo... que fueron sufriendo... que fueron muriendo, se encontraron en el momento preciso, en el instante justo en que se tenían que encontrar... un segundo más y hubieran seguido creciendo... hubieran seguido sufriendo... hubieran seguido muriendo... Si cuando sentí hambre, ella no hubiese sentido hambre... si cuando yo estiré mi brazo, ella no lo hubiese extendido... nuestras manos no habrían chocado... nuestras miradas no se habrían encontrado... y no habría habido besos largos y callados, y sueños sobre los hombros y camas calientes sin cobijas y hambres olvidadas con amor... y humillaciones lavadas con esperanzas... que linda era la Delfina...No.  Ya se que a todos los hombres no les hubiera gustado... No era lo que se ha dado en llamar una belleza... Quizá ningún conscripto hubiera puesto su foto en la taquilla.  Pero era linda...linda... chiquita... morenita... y suave... suave... suave como las nubes que veía pasar por entre las rejas de la ventana.  Suave como el quejido del compañero que murió en la celda de al lado... suave como los pensamientos, cuando uno se siente bueno.  La conocí en una kermés... yo, estaba solo... como siempre... había ido porque esas cosas me gustaban... me gustaban aunque no las comprendía... y yo quería comprenderlas... quería reírme con los demás... subir a la Vuelta al Mundo con muchachas y muchachos amigos... y alegrarme persiguiendo a alguien en los autitos que chocan... y comer sándwiches de chorizos y empanadas... y aplaudir al cantor. ..  Yo lo quería, porque todo eso me gustaba... Pero no había caso... no me alegraba... siempre iba, miraba, daba una vuelta y me volvía para mi rancho... El pueblo era lindo, pero, no había caso, no nos entendíamos.  Esa noche decidí participar de la farra.  Y decidí que tenía hambre, y me metí riendo entre un montón de gente que pedía empanadas en un quiosco.  Y ahí la conocí.  Cuando mi mano rozó la de ella, casi me muero de vergüenza.  Y cuando la miré y me fui al fondo de sus ojos ya no supe como salir.  Me quedé con el vale y sin la empanada.  Y a ella le pasó igual. La seguí mirando... mirando... y vi que una gorda fea y crenchuda le protestaba... pero ella no la miraba... le dio el vale y me siguió mirando a mi... y cuando la gorda y las mujeres que la acompañaban la dejaron, quedó sola, paradita en medio de un círculo que la gente formaba sin saber que hacía el favor mas grande de su vida.  La sangre se me subió a la cabeza y los ojos me latían como si en cada uno hubiese habido un corazón.  Y me fui derechito a ella... y cuando estuve parado frente a frente me puse colorado, pensando que le iba a decir... hasta que de improviso se me ocurrió una frase salvadora... buenas noches... y ella me sonrió y me dijo: buenas... y entonces yo también me reí... Y nos fuimos los dos caminando, hasta que no pude más y le tomé las manos y le pregunté si no  tenía compromisos y si era libre y si quería venirse conmigo.  Y después me quedé duro, durísimo, seco.  Y muerto de miedo.  Ella no me contestó... pasó un rato largo, muy largo... Uf... estuvimos años parados uno frente al otro.  Y... hasta que ella me contestó: ¿Y?... (CON FURIA) ¿Y?... ¿Y qué?... Si querés casarte conmigo... Pero usted no me conoce... (CON FURIA) Y... ¿Y qué?... (CAMBIA VOZ) y que no sabe quien soy... y como soy... y si sirvo para algo... y si... y si... (CAMBIA VOZ) (DURO) ¿Y si qué?... (CAMBIA VOZ) Y... si... (CON RESIGNADA RESOLUCIÓN) Yo lo quiero... ¿Usted me quiere? (CAMBIA VOZ) Y entonces me sentí yo chiquito... y suave... niño... casi femenino (CAMBIA VOZ) Y si... yo la quiero... Entonces nos quedamos callados otros años más... los dos pensábamos... imaginábamos... nos veíamos abrazados, caminando por un sendero alegre, con una bandada de chicos corriendo delante nuestro... (COMENTA) Cosa extraña... los dos veíamos lo mismo... y lo sabíamos, y no nos habíamos dicho nada... le tomé la mano y nos fuimos caminando... como si fuera por ese sendero que sabíamos habíamos soñado... y nos casamos a la luz de las estrellas... y no invitamos a la luna.  Era una noche negra... muy negra... tanto que no alcanzábamos a ver las paredes de nuestro cuarto nupcial... Esperamos al alba para ir a ver al cura... al principio  nos quería hacer esperar unos días.... Pero cuando le contamos que ya nos habíamos casado... nos casó a toda velocidad en un altarcito chiquito... Al terminar la ceremonia, salimos a la calle sin saber que hacer... Yo había resuelto no volver a la chacra... y ella no podía volver a servir a la casa de la vieja que plantó con las empanadas... Y entonces nos fuimos al campo, al monte, a hacer los planes que no pudimos hacer de novios.  Y decidimos venirnos a Buenos Aires.  Yo tenía un amigo aquí. El Chino Peralta.  Había aprovechado para largarse a la capital con los pasajes que daba el partido.  Los dos habíamos charlado mucho sobre la posibilidad del viaje... sabíamos que ya en el campo no había nada que hacer... que el futuro estaba en la ciudad, en las máquinas, lo sabíamos porque se lo escuchamos decir al presidente en todos sus discursos.  Que el país estaba en plena marcha... que había llegado el momento de trabajar en forma distinta... de producir más y más, porque cuanto más  se hiciese sería en beneficio de todos.  Y en especial de nosotros los tirados.  El chino me había mandado una carta.  Se la mostré a Delfina. Me decía que me largase.  El vivía en Avellaneda.  Yo despacito le fui leyendo... mirá... me dice... (LEE) hacete el viaje ni bien puedas... aquí vas a encontrar laburo en forma... y vas a hacer todas esas cosas de las que me hablabas. (SUSPENDE LA LECTURA)  Porque yo soñaba con hacer muchas cosas.  Cosas que nunca habría podido hacer.  Pero en este momento sí.  Porque el país había cambiado.  Era distinto... había posibilidades para todos... sólo era cuestión de ser trabajador y derecho y ya bastaba... los obreros podríamos tener nuestras casas, y vivir decentemente y comer como todo el mundo, sin necesidad de recurrir siempre a la bazofia... (SIGUE LEYENDO) Venite.  Te afiliás al sindicato y decís todo eso que pensás y sos un capo... (SUSPENDE LECTURA) Delfina no decía nada... miraba, asentía... soñaba mientras yo le leía la carta del Chino... Mirá, aquí está la dirección.  Tengo unos pocos pesos... Nos largamos y chau. ¿Eh?  Y llegamos a Avellaneda. A primera hora.  Cuando todavía quedaban manchas de noche en los rincones, protegiendo a los borrachos que aliviaban sus vejigas de vino y cerveza.  Avellaneda.  La ciudad industrial, la ciudad del humo y del olor... de la fama sangrienta.  De los conventillos.  Yo la vi maravillosa.  Para mí era exactamente igual al Buenos Aires que había orillado desde la estación del ferrocarril.  Un poco más chata, es claro.  Pero ese Puente Barracas... esa avenida Mitre... los treinta canillitas que gritaban a la vez, el ruido de las cortinas metálicas en los negocios que se despertaban de golpe... Me sentí satisfecho... había abandonado el pueblo, para trasladarme a la gran ciudad de la máquina.  Y había llegado.  Me había despegado  sin dolor de las costras de tierra y me asentaba sin miedo en el pavimento liso de las calles.  La tierra me había cansado.  La sentí cosa vieja, agotadora, mezquina como una hembra que se sabe deseada.  Sólo me gustaba de la tierra el olor.  Ese olorcito húmedo que me refrescaba los huesos después de la cinchada... Pero sentía que muy pronto me iba a gustar también el olor a nafta y a aceite quemado.  Mientras me bamboleaba en el tranvía hacía proyectos y más proyectos. Yo. El hombre.  El puede lo todo.  Casi me había olvidado de la Delfina.  Dormitaba sobre mi hombro, con la ropa arrugada y las medias flojas.  Me pareció que todos la miraban y sentí vergüenza.  Yo venía a conquistar todo eso.  No podía conceder ventajas.  Miré el papel en donde tenía las señas del chino y con un golpe de hombro la desperté... se despertó asustada y sudada, con los ojos enrojecidos... la vi sucia y fea.  El tranvía se detuvo de pronto y casi se me va al suelo... la miré con odio... me estaba haciendo pasar papelones... a mi... al conquistador... Nos quedamos en el resguardo, en medio de la avenida.  Los autos y  los ómnibus pasaban a toda velocidad, por delante y por detrás de nosotros.  Delfina, que todavía no se había despabilado... (GRITA) guarda... (RETOMA EL RELATO)... casi se me cae debajo de un tranvía... menos mal que la agarré de un brazo.  Me miró con terror, experimenté deseos de cachetearla. (BRUSCO) Fijáte donde vas... Y no pongas esa cara que no hace falta que todos se enteren que somos cabecitas negras. (CAMBIA EL TONO, QUIERE CONVENCER)  Y yo no podía conceder ventajas... tenía que impresionar desde el principio... Yo venía a trabajar... y tenía ideas... no podía conceder ventajas.  Miré otra vez el papel con las señas... Chacabuco, esa era la calle.  Ahora debía caminar derecho... siempre derecho... hasta encontrar el lugar.  El sol  nuevo me empezó a calentar el traje dominguero.  Los calzoncillos se me pegaron a las piernas y el cuello se me había enroscado.  Las puntas se me clavaban en la papada sudada.  La Delfina caminaba al lado mío sin decir palabra.  La miré y la volví a ver sucia... y fea.  Y yo también me sentí sucio y feo, ridículo y con ganas de maldecir el momento en que había decidido el viaje.  Y ella a mi lado, sin decir palabra.  Muerta de sueño, cansada, con el sudor corriéndole por el cuello que tanto me gustaba... me sentí arrepentido... me dolía mi fanfarronería.  Y le puse una mano sobre el hombro.  Ella se estremeció.  Durante cuadras seguimos sin hablar.  Cuadras largas, de veredas desparejas y enmarcadas en sucios barracones con olor a cueros podridos.  Los pies hinchados dentro de los zapatos nuevos se manejaban mal sobre las baldosas flojas.  Tenía ganas de parar un momento, dejar la valija en el suelo y sacarme los zapatos.  Pero no debía.  No podía aflojar.  Delfina seguía a mi lado silenciosa, sin una queja.  Ahí empecé a conocerla... fue siempre así... suave... silenciosa, pero más fuerte... mucho más fuerte que yo... para darme ánimos, le quise dar ánimo a ella.  Traté de que de mi garganta reseca saliese una voz medianamente amable... Mirá... hay que seguir derecho por acá... El lugar se llama Villa Tranquila... Lindo nombre, ¿no te parece?... Debe ser  uno de esos barrios obreros que construyeron a montones para los que venimos del interior... (CAMBIA EL TONO) Y seguimos.  Barracas y más barracas.  Y charcas inmensas de aguas estancadas de las que los mosquitos no podían desprenderse.  Yo estaba un poco desorientado.  Vimos venir a un vigilante y lo paramos... ¿Queda cerca Villa Tranquila?.. (CEÑUDO) ¿Usted va para allí?... Sí... (TAJANTE)  Vengan los documentos... Por un instante me quedé asombrado, pero enseguida busqué el fajo de papeles y se lo entregué.  El milico con toda cachaza leyó todo, hasta la carta del Chino Peralta.  Cuando terminó el examen casi me los tiró, sin doblarlos siquiera y siguió su camino... yo ya sabía lo que era la policía... pero creía que en la ciudad serían un poco mejor... que eso también habría cambiado... la búsqueda de Villa Tranquila que ya me parecía hinchada de presagios feos, terminó unas cuadras más adelante.  Delfina y yo nos miramos.  Ella interrogante, yo desconcertado.  La sede del conquistador y su mujer soñadora, estaba allí, hecha de cartón y latas de kerosén, con puertas de arpillera y patios de agua podrida.  Y para que nos convenciéramos de una vez por todas, un caballo flaco se rascaba contra un cartel bamboleante que chorreaba en letras rojas: Villa Tranquila. (PAUSA)  (POR UNOS INSTANTES MANTIENE EL MUTIS MIRANDO A LA PLATEA DESCONCERTADO, LUEGO ESTALLA, MARCHANDO RÍTMICAMENTE Y HACIENDO FLAMEAR LA HIPOTÉTICA BANDERA) Libertad... libertad... libertad (VA ACHICANDO LA VOZ Y MIRANDO A LOS COSTADOS.  CASI DE IMPROVISO SE HA DADO CUENTA QUE SE QUEDÓ SOLO, PERO TRATA FALSAMENTE DE REACCIONAR Y SIGUE GRITANDO)  Libertad... Libertad... Libertad... Libertad (PERO NUEVAMENTE LA SOLEDAD LO APLASTA Y LA VOZ SE LE VA ESCURRIENDO, COMO SUS ACOMPAÑANTES DE LA MANIFESTACIÓN, BAJA LA HIPOTÉTICA BANDERA Y LA LLEVA ARRASTRANDO, SE DETIENE, SE SIENTA EN EL SUELO Y SE QUITA UN ZAPATO.  LOS PIES LE DUELEN MUCHO Y  TRATA DE ALIVIARLOS FROTÁNDOLOS.  SE CALZA OTRA VEZ, SE PARA, Y VA A LEVANTAR LA BANDERA Y A RECOMENZAR SUS GRITOS PERO SE DA CUENTA QUE YA NO ES POSIBLE CONTINUAR ATURDIÉNDOSE, SIGUE CAMINANDO LENTAMENTE, CON LA BANDERA A LA RASTRA Y SECÁNDOSE EL SUDOR CON UN PAÑUELO... SU VOZ APENAS SE ESCUCHA)  Libertad... (PAUSA)  Libertad... (DESCREÍDO LEVANTA LOS HOMBROS Y SONRÍE)  Libertad... Poco a poco me fui quedando solo... Caminé por Leandro Alem con mi bandera y mi cinta y mis escarapelas y una vergüenza muy dolorosa... me sentí una mascarita suelta... un disfrazado que equivocó la calle del corso... y tuve ganas de esconder la bandera y la cinta y las escarapelas y sacarme la careta de la risa y sentarme en el cordón de la vereda a pensar... a hablarme... a preguntarme porqué me había prestado al ridículo... y mientras caminaba por Leandro Alem recordé el día en que me animé, de muchacho, a ir al corso organizado en el pueblo, frente a la intendencia... Yo sabía que la gente se reía y se divertía y las muchachas tiraban harina y papeles picados y se abrazaban en la calle hasta con los que no conocían y bailaban, los besaban... desde la loma miraba la calle llena de luces y escuchaba el llamado de las bombas para comenzar la fiesta... y una noche me animé... busqué unos trapos viejos y le robé el sombrero a un espantapájaros y agitando una vejiga inflada bajé al pueblo.  Y me metí en el corso... y  me mezclé con la gente... y me di cuenta que todos querían jugar conmigo... tirarme harina a mí... golpearme con las vejigas a mí... llenarme la boca de papel picado... yo reía... reía como un poseído, reía tan fuerte que yo mismo me asombraba y quería darme cuenta del porqué de mi risa.  (GRITA Y SALTA CON EL MISMO RITMO DE LIBERTAD.... LIBERTAD ACHICANDO LA VOZ Y MIRANDO A LOS COSTADOS.  CASI DE IMPROVISO SE HA DADO CUENTA QUE SE QUEDÓ SOLO, PERO TRATA FALSAMENTE DE REACCIONAR Y SIGUE GRITANDO)  Carnaval... carnaval... carnaval... carnaval... (PERO NUEVAMENTE LA SOLEDAD LO APLASTA Y LA VOZ SE LE VA ESCURRIENDO, COMO SUS ACOMPAÑANTES DEL CORSO, BAJA LA HIPOTÉTICA VEJIGA Y LA LLEVA ARRASTRANDO.  SU VOZ APENAS SE ESCUCHA) Carnaval... Carnaval... (DESCREÍDO LEVANTA LOS HOMBROS Y SONRÍE) Carnaval... También poco a poco me había ido quedando solo... y tuve ganas de arrancarme los trapos del disfraz y de esconder la careta y de sentarme a pensar... también me sentía ridículo... Y una rara sensación de ser un traidor... pero traidor a qué.... a qué... a los hombres de la chacra, que nunca se ríen pensando en su pobreza... a los muchachos que no van a los bailes porque no tienen pilchas... y esa noche, por Leandro Alem me sentí otra vez un traidor... Pero, ¿traidor a qué?... ¿a qué?... Yo había salido de la cárcel, había sufrido durante años, me habían torturado, me habían insultado. Y ahora me habían liberado y yo tenía que ser feliz...Y tenía que reírme, aunque no sintiera alegría.  Yo festejaba mi libertad... mi liberación... A nadie traicionaba con eso.  Yo no tenía  culpa de no haberme encontrado con mis antiguos compañeros... Yo no tenía culpa de que el olor de las viejas copetudas se hubiese quedado adherido a mis ropas (SE MIRA NERVIOSO LAS MANOS, SE TOCA LA CARA, TIENE LA SENSACIÓN DE QUE ESTÁ IMPREGNADO EN UN PERFUME PEGAJOSO Y REPELENTE. SE FROTA EL DORSO DE LAS MANOS CONTRA LOS PANTALONES, COMO QUERIENDO ARRANCARSE HASTA LA PIEL PARA EVADIRSE DE ESE OLOR QUE LO ENVUELVE.  SE RETUERCE CON DESESPERACIÓN, COMO SI EL PERFUME HUBIESE FORMADO UN VAHO SOFOCANTE QUE LO ESTUVIESE AHOGANDO)  Se me hubiese pegado en las manos y en la cara y en el cuello... Yo no quiero nada con ellas.   Nada ni con ellas ni con ellos... Yo festejaba porque creía que tenía derecho... Porque era mi libertad... Porque yo si había estado en la cárcel... (TORVO)  Al cruzar una avenida, se acercó a toda velocidad un auto cubierto con banderas (CON FINGIDA ALEGRÍA) Yo quise levantar la mía y gritar: Libertad.  Iba a tratar de aturdirme de nuevo, cuando desde el auto me gritaron: Atorrante. Ahora ya no mandan ustedes ( SE DA VUELTA DESCONCERTADO TRATANDO DE AGITAR LA HIPOTÉTICA BANDERA QUE SIGUE ARRASTRANDO Y COMIENZA A TROTAR DETRÁS DEL AUTO QUE PASÓ A TODA VELOCIDAD PERO A LOS POCOS PASOS SE DETIENE) Eh... Eh... Libertad.   Oigan... Yo... (DESCONCERTADO) Yo... Ustedes,.... ¿Ustedes?  ¿Cuándo mandé yo?  ¿Cuándo mandamos nosotros? Porque había ustedes... y nosotros... y... (DOLORIDO CONFUSO SIGUE EL RELATO) Seguí caminando con los pies destrozados y el cuerpo dolorido.  Cuando me quise acordar ya estaba en el Puente Barracas.  Llegaba a la misma hora en que lo había atravesado por primera vez... busqué a los borrachos meando en los rincones... y allí estaban... busqué a los canillitas y todos a la vez comenzaron a gritar como aquél día... busqué a mi lado a la Delfina... y sentí que me puse a llorar. (Pausa)  El sol fue descubriendo una a una, las paredes agujereadas de los barracones, las charcas pestilentes, con los mismos mosquitos gordos de hacía años y hasta las botas sin lustre del milico que ya se me venía encima.  Iba a gritarle, como el día anterior, Libertad... Libertad... Iba a saltar delante de él... Iba a agitarle en la trompa mi bandera... pero comprendí que ya no podría hacerlo (SE PARA Y COMIENZA EL DIÁLOGO CON EL VIGILANTE PANZÓN Y PREPOTENTE, EL HOMBRE ESTÁ VENCIDO, EL POLICÍA SIGUE MANDANDO)  ¿Para dónde va...? (CON RESIGNACIÓN)  Para Villa Tranquila... Vengan los dos... (ANTES DE  QUE EL POLICÍA CONTINÚE SU FRASE EL HOMBRE, ENTRE RESIGNADO Y SOBRADOR YA LE EXTIENDE EL FAJO) Así que vos recién salís... vos también sos de los perseguidos... Andá.  Andá nomás, hacé la pata ancha que ya vas a caer otra vez... (SIGUE EL RELATO) Yo ya sabía lo que era la policía... y aunque me había hecho algunas ilusiones, sabía que no iba a cambiar jamás... Llegué por fin a Villa Tranquila, en casi cinco años no había cambiado nada... sólo que ahora, además de las lagunas de aguas podridas y del vaciadero de basura, la rodeaban también los milicos... Ya no sentí la repulsión que había experimentado el primer día en que llegué.  Sentía lástima, profunda lástima, me lastimaba y me aflojaba la lástima.  Desde una esquina miraba a la Delfina, moviéndose entre esas chozas de arpilleras y latas de kerosén y a mi chico haciendo tortitas en medio de un charco de agua verde.  Y me encontré de pronto con la valija en la mano y la Delfina a un costado y el Chino Peralta, que se abría paso entre la milicada y corría contento a abrazarme.  Había sido mi único amigo, allá en la chacra, cuando los dos estábamos conchabados de peones. Fue uno de los primeros en decidirse por el movimiento y uno de los primeros en largarse a Buenos Aires a verlo al hombre.  Con los  pasajes gratis que repartía el partido se vino sin pensarlo más.  Yo en cambio siempre había sido más lerdo para decidirme.  Me tomaba las cosas muy en serio, según me decía el mismo Chino. En realidad era que siempre me sentía un poco acobardado ante los más habladores. Pero ahora ya estaba con él.  Yo quise preguntarle si esa en realidad era Villa Tranquila, si ese en realidad era  un barrio para los obreros que bajaban del interior, pero él me desarmó. ¿Qué decís hermano?... ¿Y esta es tu mujer?  Me dejé abrazar y palmear un rato.  El Chino estaba que estallaba de alegría. Como si fuera el dueño del miserable poblacho, nos metió  por entre las casas hasta llegar a la suya... Él adelante, siempre hablando y hablando... después yo, cargado con la valija y mi asco... y más atrás la Delfina... silenciosa, tratando de no caer en los charcos.  Llegamos a la casa del Chino.  Nos tuvimos que agachar para no chocar contra el techo de latón.  La Delfina y yo nos fuimos a sentar en un rincón,  cerca de la cama y el  Chino seguía hablando... hablando... mientras descorchaba una botella de vino... Yo sentía las manos y la cara sucia pero no veía en dónde lavármelas... El Chino me explicó pronto el porqué de su permanencia en ese lugar, que no es muy cómodo dijo.  Pero está cerca del  laburo, sabés... De aquí al Dock Sur hay pocas cuadras... Yo estoy conchabado en el puerto, pagan muy bien.  Y trabajo cuatro o cinco veces por mes: cuando llueve, o cuando hay cargas de apuro y le meten de noche.  Entonces le meto y cincho una punta de horas.  Pagan doble, sabés... Yo lo escuchaba asombrado... ¿Y los demás días?  El Chino se volvió y me contestó tranquilo... Eh... los demás días descanso viejito... que te creés... Se acabaron los tiempos en que los obreros teníamos que matarnos para ganar unos pesos... Lo que me dijo Peralta me provocó más desagrado que la misma Villa Miseria... Me entretuve mirando al techo mientras él servía el vino.  Una chinita me guiñaba el ojo y me ofrecía una botella de aceite y decía.  Este si que es bueno.  El Chino le preguntaba a Delfina si era del mismo pueblo, debajo de un óvalo en donde un cocinero gordo, con la cara medio oxidada, tenía en la mano otra botella de aceite: “este es el mejor” y yo pensaba.  Pensaba ¿Cómo?  Y la era de la industrialización, de las máquinas del producir y producir.  Eso era todo lo que había soñado el Chino.  ¿Trabajar poco y ganar apenas para vivir como un cerdo?  ¿Y el país? ¿Y el nuevo país que iba a ser para nosotros, para los tirados?  El Chino seguía hablando y hablando.  Ayer habló otra vez el hombre... que bravo viejo, que bravo... Los va a hacer sonar a los ingleses si se hacen los locos... Ni un bife les va a mandar... que se mueran de hambre... Y a los Johnys... que se mueran de hambre también, que se alimenten con  tuercas... pobres de ellos... Y en último caso, andamos bien con los rusos y se acabó... grande el hombre... grande... Y el Chino seguía hablando y hablando, y hablando... prometió que al día siguiente me iba a ayudar a levantar mi ranchito.  Los lotes son gratis, me dijo riendo.  Esa noche nos acomodamos como pudimos en la pieza del Chino.  Hicimos una cama en el suelo, con mantas.  Los mosquitos zumbaban sin parar, patinando alrededor de nuestras cabezas en el espeso olor a podrido.  El Chino, que se había mandado solo casi toda la botella, se durmió enseguida.  La Delfina no.  Yo tampoco.  Nos quedamos echados en el suelo, sobre ese colchón de mantas ondulado por la tierra, mirando las borrosas figuras del techo de latas de aceite.  Yo tenía una necesidad desbordante de hablar.  Quería decirle a mi mujer que no se afligiese.  Que a la mañana misma nos íbamos a arreglar.  Que no íbamos a quedarnos allí, en ese chiquero espantoso, oloroso, roñoso... pero no podía.  Tenía miedo de hablar y que se despertase el Chino.  Delfina estaba tirada a mi lado cubierta apenas por la sábana blanca que constituía todo nuestro ajuar.  Las gotas de sudor que aparecían en su frente se ponían lindas con el reflejo de la luna.  Le tomé una mano y ella apretó fuerte.  Fuerte.  Me sentí más aliviado.  Ella estaba conmigo.  Me pasé el resto de la noche espantándole los mosquitos y mirando las pestañas negras que habían clausurado un largo día de visiones feas. (PAUSA)  (MANTIENE EL MUTIS FROTÁNDOSE LOS OJOS Y TOMÁNDOSE LA CABEZA CON LAS MANOS)  Pero al otro día nos quedamos.  No había donde ir a vivir y no teníamos más que unos pesos.  El Chino, que estaba siempre franco, me ayudó a levantar nuestra pieza.  También con cocineros en el techo y bañistas que tomaban Coca Cola en las paredes y también sin agua, y sin letrina, con una inmensa laguna con ranas desveladas por los patios.  Como a la semana encontré trabajo en el ferrocarril.  Todavía no había perdido mis arrestos de conquistador y sabía que todo no podía continuar así.  Y comencé a interesarme en el sindicalismo.  Sabía que ahí estaba la clave.  Que todo dependía de nosotros y para que nosotros tuviésemos algo, era ahí  en donde debíamos ir a buscarlo.  Y con un grupo de muchachos empezamos a trabajar, a pelear palmo a palmo para ir juntando nuevas conquistas.  Y a avanzar.  A avanzar y a descubrir.  Salían a la luz las mentiras.  Saltaban como sapos los engaños.  Y nos dábamos cuenta que sobre las espaldas de los tirados se estaban construyendo nuevos cepos para acogotarlos y mantenerlos quietos.  Nosotros no nos conformábamos con el mendrugo.  Lo queríamos todo.  Porque todo lo habíamos hecho nosotros.  Con nuestras ilusiones, con nuestros sufrimientos, con nuestro trabajo.  Nosotros no nos conformábamos con trabajar menos.  No.  Queríamos más.  Más.  Más trabajo.  Queríamos trabajar hasta terminar la obra.  Hasta que la justicia se hubiese implantado inamovible.  Justa.  Para todos.  Queríamos terminar con el ustedes y nosotros.  Queríamos terminar con nuestro pasado de hambre y humillaciones a toda costa.  Y comenzaron a llamarnos comunistas.  (GRITA)  Mentira... y comenzaron a llamarnos traidores (GRITA) Mentira... y comenzaron a radiarnos, a vigilarnos, a espiarnos como a delincuentes  dispuestos a concretar la peor villanía... Nos tenían miedo... eso era todo... nos tenían miedo porque sabían que no éramos “los otros”, sino  que éramos ellos mismos, pero auténticos, no pintados y conformados.  Sabían que nosotros habíamos conservado lo que ellos habían vendido. Y sabían que eso, que nosotros teníamos, era arrollador, incontenible.  Porque galopando sobre eso habían llegado adonde estaban... conocían nuestra fuerza porque ellos la habían tenido de su parte... la huelga se fue preparando lentamente, queríamos tener todas las seguridades del éxito... sabíamos que más que una huelga de nuestro gremio iba a ser una huelga de la fe entregada y malvendida, que se revelaba y volvía a la pelea.  Nuestros compañeros nos apoyaban.  En todos los lugares de trabajo, abiertamente, exponíamos nuestros proyectos.  Con ingenua valentía hablábamos sin tapujos de nuestro disconformismo.  Porque sabíamos que teníamos razón.  Que apoyábamos la verdad.  Que nuestra causa era tan justa que con solo exponerla iba a hacer callar a sus detractores... Y el fermento iba creciendo... creciendo.  Se iba alzando como el bombo de la Delfina.  Ella conocía mis actividades pero no sabía hasta que punto estaba metido en la preparación de la huelga.  Todos olíamos que podía resultar peligroso y yo no quería alarmarla.  Quería tener un machito bien templado.  (SUENAN GOLPES VIOLENTOS)  Hasta que sonaron esos golpes... hasta que nos despertaron esa noche (SIGUEN LOS GOLPES QUE SE MANTENDRÁN VIOLENTOS Y ARRÍTMICOS.  EL HOMBRE TRATA DE TAPARSE LOS OÍDOS PARA NO ESCUCHARLOS PERO ES Inútil Los GOLPES SON CADA VEZ MAS FUERTES)  Hasta que sonaron esos golpes y todo se fue destrozando... cayendo a pedazos... cayendo muerta en un rincón... cayendo sobre mi y electrizándome a carcajadas... cayendo de rodillas maldiciendo perdón... todo caído... todo tirado... todo pegado a las baldosas sucias de salivazos y botas de milicos.  Y el universo desplomándose sobre nosotros en diarios, en plata, en discursos, en golpes, en cobardía.  (CESAN LOS GOLPES CON EL ÚLTIMO GRITO Y SE PRODUCE UN PROLONGADO MUTIS.  EL HOMBRE HA QUEDADO DESTROZADO, CON LA CABEZA GACHA POR EL PESO DE LAS DOLOROSAS EVOCACIONES)  Pero todo había pasado.  Y ahí estaba yo otra vez.  Parado frente al villorio de donde me habían sacado oculto, en el piso de un auto policial.  Abrí bien los ojos para mirar la realidad y olvidarme de las visiones... había desaparecido el Chino Peralta... ya no veía a la Delfina, ni me hacía sufrir el chico jugando en el agua podrida... sólo quedaban ante mi, con la eterna mugre de siempre, las miserables casuchas de Villa Tranquila.  Los milicos estaban haciendo salir a toda la gente y les pedían documentos.  A la mayoría de los hombres los metían en camiones.  Las mujeres, del miedo, ni lloraban reteniendo a los chicos que querían ir a espiar por los caños de las ametralladoras.  Yo no conocía a mis vecinos.  Miraba la escena y no lograba situarla en ningún lugar.  Como no lograba acordarme dónde yo había pasado el día y la noche gritando Libertad... Libertad.  Me paré detrás de un oficial.  Casi sin hablar, con gestos, iba seleccionando a los pasajeros de los camiones.  Yo todavía tenía en las manos, estrujadas, oculta, la bandera y en las solapas las escarapelas.  De pronto creí reconocer a una mujer, amiga de la Delfina.  Ella me miró, me vio con las escarapelas, parado detrás del oficial y escupió.  Escupió con ganas, con fuerza, lanzando un enorme sapo que le taponaba la garganta.  La saliva formó en el suelo una T.  Una T grande. Si, una T de Traidor.  Una T de Traición.  El oficial le dio un empujón y la tiró hacia atrás y cuando se volvió me encontró a mi, parado, clavado en el lugar sobre la T infamante.  Y él era rubio... rubio... era el rubio, aunque era otro... y la sangre se me agolpó en las sienes y en la nuca y los puños se me fueron contra su rostro y de un culatazo caí al suelo.  La saliva tibia de la T fue una caricia.  Entre dos me tiraron al fondo del camión y otra vez... otra vez... otra vez... comencé la serie de sesiones sobre la mesa de chapa, otra vez vi como se agachaban sobre mi para ver si todavía podía seguir aguantando, otra vez lamenté el dolor que mis brazos, y mis piernas y mis dedos y mi pelo debían causarle a su dueño. Otra vez... otra vez igual... no, igual no... Peor... Porque ya no me quedaban esperanzas, porque temía que terminasen y que volvieran a empezar renovados... frescos... más malvados... más crueles... más ensañados... No sentía alivio al término de las torturas porque temía que las próximas fuesen peores... A veces me dejaban tranquilo unas semanas y entonces alguno de los cuidadores sentía curiosidad por ver qué teníamos en nuestras cabezas los tirados y nos interrogaban... nos hablaban de cualquier cosa por el solo gusto de conocer nuestros razonamientos.  Creo que las primeras veces se asombraron hasta de que supiésemos hablar.  Un día, uno se apareció con una ficha en la mano.  Esta es su ficha, me dijo.  Aquí dice que usted estuvo ya aquí por participar en una huelga. ¿Es verdad?  Si, ahí lo dice...  ¿Así que usted era contra? Me sonreí, aclare pedí.  ¿Quiere decir que usted primero fue de ellos y después se les dio vuelta?  No contesté... Y ahora usted está aquí otra vez... Ya ve que eso de andar dándose vuelta no es negocio. Para los tirados no, para los milicos parece que sí.  Se puso colorado y se aguantó de darme un cachetazo, aunque ya el brazo le saltaba.  Nosotros no nos dimos vuelta.  Hicimos una revolución.  ¿Y por qué lo que tiene un nombre para los milicos, tiene otro para los civiles?  Se mandó a mudar y no lo volví a ver hasta el día de mi fusilamiento.  Había habido líos afuera y se la desquitaron con nosotros.  Nos despertaron a las pocas horas de estar acostados y nos metieron en un camión.  Íbamos cuatro.  Los cuatro estábamos catalogados como dirigentes y nos habían endilgado un color político a cada uno.  Nos bajaron en una especie de cuartel y nos anunciaron que nos iban a fusilar.  La noticia no me sobresaltó.  Al más viejo de nuestro grupo sí.  Se puso a temblar y se descompuso y se vomitó las ropas y lloraba y se arrastraba pero igual lo  pusieron junto a nosotros, frente a un paredón.  Lamenté no sentir pena, sino asco por él.  El oficial que me había interrogado aquella vez en la cárcel nos preguntó si queríamos decir algo antes de ser acribillados.  Un muchacho, metalúrgico, le pidió hablar con un cura.  ¿Cómo, usted es católico?  Usted es comunista.  El muchacho trató de sonreír: Eso dice su ficha... Si aquí lo dice es la verdad.  Y no hubo cura.  Y se elevó la voz, como en una película: Apunte.  Y el viejo se les desmayó... Lo hicieron reaccionar y otra vez: Apunte.  Yo no cerré los ojos, pero había dejado de ver.  Por fin conocería a mi pibe.  Por fin me reuniría con la Delfina... Por fin se terminarían las torturas y los interrogatorios y los insultos.  Iban a matar en mí a un muerto.  A un tirado sin espíritu y sin fe (GRITA CORTANDO LA FRASE)  Fuego  (Y PEGA UN SALTO NERVIOSO HACIA ATRÁS)  Cuando las ametralladoras cesaron de disparar sobre nuestras cabezas, siguió disparando una carcajada sonora.  Ahora ya saben lo que les espera si siguen macaneando.  Los cuatro estábamos duros.  Inmóviles.  El metalúrgico murmuraba todavía el padre nuestro.  Otro, un periodista, tenía los ojos clavados en los caños de las ametralladoras.  Y el viejo estaba en el suelo, con los  pantalones embadurnados.  Cuando lo levantaron tuvieron que informar que había muerto de un ataque cardíaco, pese a los cuidados que se le dispensaron en la enfermería.  A mí se me acercó el oficial y me tiró de un brazo: Vamos.  Por hoy basta. Yo, lo miré... lo seguí mirando... lo sigo mirando... lo veré siempre, y comencé a gritarle con todas mis fuerzas.  Maldito... maldito... hijo de perra... fusílenme... fusílenme...  Durante días y noches grité lo mismo.  Durante días y noches anhelé esa muerte que se nos había dejado pizpear.  Durante días y noches me revolqué maldiciendo el momento perdido.  Porque sé que ahora ya no tengo más valor.  Que no me mataré solo... que ya nada puedo hacer por nadie ni por mí... Esta mañana me largaron (MIRA EL PORTÓN) si... me largaron... yo estaba detenido por error... nadie sabía que yo estaba aquí... ningún juez... ningún abogado... ni el director de la cárcel... nadie... yo estaba de más aquí... y me echaron... me (IRÓNICO) liberaron (HACE PEQUEÑO MUTIS.  TOMA SILENCIOSO SU ATADO DE ROPAS Y MIRA A UN LADO Y A OTRO)  Y ahora... ¿para dónde agarro? 





TELÓN