Eternidad



Grabado / Eva Farji
         Cómo me duele la cabeza.  Y que frío hace.  ¿Es que nadie pasará por esta maldita calle?

Ya estoy cansado de esperar.  Y la tristeza me sigue colgando de las carnes.  Creí que todo sería distinto.  Que todo acabaría después del estampido.   Que mis ojos dejarían de ver y mis oídos de oír y mi pecho de subir y bajar, subir y bajar.  Y que este corazón mío ya no sentiría frío ni estaría oprimido.  Pero todo sigue igual.

Quizá sea porque es de noche.  Y yo en las noches confundo las cosas y los sentimientos.  Pero cuando llegue el día podré darme cuenta de que ya no existo para los demás.

Las mujeres que van a la feria fijarán en mi sus ojos tibios de colchas y los abrirán espantados.  Y entonces si me sentiré ¡por fin!  Feliz.  Me sentiré muerto.  Evadido de mi miedo.  Sustraído a mi horror.  Y me llevarán.

 En la morgue me darán unos tajos y luego viajaré en un carro negro hasta el cementerio.  Me echarán algunas paladas de tierra y no veré más.  Comenzaré a secarme a medida que las maderas se irán poniendo húmedas.  Y entonces vendrán los gusanos, caerá mi boca y se tragarán mi lengua.  Y ya no podré gritar.  Poco a poco, dejaré de ser.  No sentiré en mi pecho ninguna opresión ni me zumbarán los oídos ni me dolerán las piernas rígidas. Quizá un par de buenos bichos glotones se entretenga en mis sesos y se indigeste con mis últimos pensamientos.  Así terminarán mis dolorosas dudas, mis temores, mi pánico por la gente.  Ya no trataré de saber que piensan de mí.  Si logro engañarlos, si disimulo mi ridiculez.  Si me ven blanco o rojo.  Si me ignoran o me desprecian.  Habrá llegado el momento de la tranquilidad.  Estaré vacío.  Vacío.  Y por último no estaré.  Me habré confundido con la tierra.  Y cuando renazca en flor o en grano o llegue a lo alto de una rama, no temeré al hombre que me cercene, porque no seré yo.  Seré flor o trigo o rama. Y la flor, el trigo o la rama, no piensan.  Vuelven a morir.  A reproducirse y a morir sin soñar.  Entonces no podrá haber ilusiones frustradas, ni traiciones.  Ni ascos ni envidias ni suciedad.
Ya está saliendo el sol.

Cuando era pequeño y veía salir el sol, me alegraba porque asistía al nacimiento de algo.  Las nubes se encendían y el cielo se iba puliendo poco a poco, hasta llegar a un celeste brillante y glorioso.  Y todo por mí, para mí y ante mis ojos.  Cuando llegué a hombre, el amanecer me llenaba de tristeza.  Mi angustia ardía con más fuerza.  Porque moría la noche y volvía a estar solo entre mis enemigos.  Los sueños se espantaban con la luz y corrían a refugiarse en mis bolsillos, mientras yo, su padre y amo, me entregaba a los golpes de los malvados.

          Ya nace el alba.  Dentro de algunos minutos empezará el final.  El trepidar de las baldosas me hace doler más la cabeza.  ¡Es que esos camiones malditos no dejarán nunca de pasar!  Si siquiera los conductores se fijasen en mí.
 Se acerca alguien.  Son pasos de mujer.  Ahora se alejan, corren.  Sin duda me habrán visto.  ¡Pero al menos hubiesen gritado! Maldición.  No me vieron. Pero sí.  Ya llega más gente.  Que espantoso parece que no se acercan más.

Aquí estoy.  En medio del círculo.  Con todo el mundo observándome y cuchicheando.  Como siempre, como siempre.  No.  No.  Por favor.  Perro, no lamas mi sangre.  Te volverás rabioso y malvado y cobarde.  Jamás querrás volver a jugar.

Esos que se acercan deben ser de la Asistencia Pública.  Ah.  Por fin.  Fuera curiosos.  Se acaba el espectáculo.  Me voy.

¡Eh! ¡Pero qué cargan en esa camilla!  Llévenme a mí.  Ese es sólo mi cuerpo.  A mí.  A mí. Por favor.  No me condenen, no me dejen aquí.  Devuélvanme mi cuerpo.  Qué frío tengo.  Vuelvan, no se vayan... malditos, no se vayan.  No me ven llorar... por lo que más quieran.  Por lo que más les duela.

 Se han llevado mi cuerpo.  Y yo oigo.  Y yo veo.  Y yo siento.

 El perro sigue lamiendo mi sangre y la gente me pisotea.  Estoy aquí.  No me escupan.  No claven sus tacos en mi cabeza.

 Estoy aquí.  Aquí.