Nota sobre Camilo Cienfuegos

7 de noviembre de 1959.

Camilo Cienfuegos
Por Jorge Ricardo Masetti
(Director General De Prensa Latina)


    La Habana, 6. PL.- ¿Alguien que se llame Camilo Cienfuegos puede ser otra cosa que guerrillero? Cuando escuché el nombre por primera vez creí que se trataba de un seudónimo; pero cuando lo conocí personalmente, en el Campamento de Fidel Castro, cerca de Jibacoa, comprendí que ese joven barbudo, de melena casi roja, flaco y somnoliento, con la canana cargada de balas colgando de donde debía estar la cintura y con un enorme sombrero de fieltro, tenía que tener un nombre así. Era el físico del guerrillero de leyenda y por lo tanto debía llamarse si no Cienfuegos, Milagros o Tormenta…

    Cuando lo observaba, sentado en el suelo, sucio, chupándose la barba como si hubiese estado embebida en miel de caña, proyectando con Castro las operaciones de sabotaje que iba a realizar después en pleno llano, controlado por las tropas de Batista, trataba de ubicar su cara delgada y quemada por el sol, detrás del mostrador de la sastrería de “Ropa fina para hombres”, de la calle Reina –en La Habana- donde había sido dependiente hasta que se unió a Fidel Castro.

    El menor de tres hermanos. Nació en 1933. Había seguido con apasionado interés la actuación de su hermano Osmani en la Universidad de La Habana contra la dictadura batistiana. Pero recién cuando se produjo el asalto al Cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953, se plegó decididamente al movimiento insurreccional. Por supuesto que no transcurrió mucho tiempo sin que cumpliese el camino corto y violento de la juventud cubana de esa época: cárcel, palos y exilio.

    En Nueva York, donde conoció a Fidel Castro, trabajó de lavaplatos a veces, y de buscador de empleo, casi siempre.

    De los Estados Unidos viajó a México, junto con el grupo que iba a entrenarse para la invasión a Cuba; y ahí se hizo amigo de los que más tarde serían sus compañeros en las páginas de la historia de Cuba: Raúl Castro, el “Che” Guevara, Ramirito Valdés, Juan Almeida, etc.

    Entre el aprendizaje de las armas, las discusiones ideológicas sobre “lo que debía ser la revolución”, y los eternos chistes de campamento, Camilo recitaba a Lorca, cantaba canciones cubanas y se enamoraba todos los días  pese a la vigilancia estricta de ese jefe apasionado y austero que sólo  pensaba en “la invasión” y al cual admiraba: Fidel.

    Por fin llegó el desembarco. Glorioso y trágico. Y Camilo Cienfuegos fue uno de los doce que quedaron con Castro. Días durísimos en la montaña. Descubrimiento de una Cuba que el habanero desconocía, escondida en los bohíos de guano, en los vientres hinchados de los niños hambrientos y bajo la bota de los guardias prepotentes y ladrones del batistato. Camilo comenzó a crecer al lado de sus compañeros, y con ellos se fue formando. Ya no hacía revolución sólo por los estudiantes apaleados en La Habana. Comprendió que había que hacerla por muchas, muchísimas más llagas que había que curarle  a la patria.

    En el combate del Uvero, se gana dos heridas y el grado de teniente. Y en abril de 1958, ya “hecho” un guerrillero y revolucionario, desciende al llano a cumplir las más peligrosas operaciones  de sabotaje que realizaron durante la guerra. Combatió durante meses todas las noches, ocultándose de día, prácticamente entre las tropas batistianas.

    Luego de la aplastada ofensiva que lanzó la dictadura, se produjo la contraofensiva de los “barbudos”. Y Camilo, ya Comandante emprende junto al “Che” Guevara la marcha hacia la Provincia de Las Villas donde habría de producirse la caída estrepitosa del régimen bien gordo y armado pero carente de algo que ni sospechaban era necesario para pelear: moral.

    El “Che” penetra en Las Villas con su famosa columna “Ciro Redondo” por la parte norte y Camilo con los 90 hombres de su columna “Antonio Maceo” se cuela por el sur. Las dos columnas habían atravesado 500 kilómetros a pie, hostigadas por la aviación y por el hambre, sin calzado y casi sin ropa. Pero la batalla de Yaguajay y por último la de Santa Clara, fortalecen a los rebeldes y los hacen triunfadores.

    Durante toda esa larga campaña el “Che” y Camilo se comunicaban por radio inventando avances y derrotas que desconcertaban a los “escuchas” del ejército batistiano. Y Cienfuegos se divertía, dándose casi siempre por “derrotado” ante las tropas de Batista en inexistentes combates que enloquecían al Estado Mayor del gobierno.

    El derrumbe vertiginoso del régimen crea un clima de desconcierto, de olor a maquinaciones políticas y a “palabras de honor” que decide a Fidel Castro a marchar sobre La Habana. La misión fue encomendada al antiguo ayudante de sastre de la calle Reina, que toma el Campamento Militar de Columbia a los 25 años de edad, investido del cargo de gobernador de todas las fuerzas de la Provincia.

    Luego, los revolucionarios en el gobierno comienzan la ciclópea tarea de organizar el país, Camilo ocupa el cargo de jefe del Estado Mayor y luego el de Jefe del Ejército. Pero, como en todo gobierno revolucionario Camilo tiene que cumplir además mil trabajos que no tienen nada que ver con su cargo. Pronuncia discursos; recorre constantemente el país atendiendo las obras revolucionarias y planeando junto con sus compañeros revolucionarios la defensa de la isla.

    La divertida “invasión” de los mercenarios trujillistas que llegaron en avión a Cuba, lo encuentran en la población de Trinidad. Ahí los esperó junto a Fidel Castro; en tanto su popularidad se fue acrecentando hasta colocarlo al lado de los hombres más queridos del pueblo cubano: Fidel Castro, Raúl, el “Che”.

    El lunes 26, luego del ataque aéreo a La Habana, todos ellos hablan ante un millón de cubanos. En esa ocasión, 48 horas antes de su desaparición afirmó Camilo: “De rodillas nos pondremos una vez, y una vez inclinaremos nuestras frentes… y será el día que lleguemos a la tierra cubana que guarda los restos de veinte mil compatriotas muertos en la lucha contra la tiranía para decirles: ¡Hermanos, la revolución está hecha, vuestra sangre no cayó en vano!”

    Han transcurrido diez días y nada se sabe de Camilo Cienfuegos ni de sus acompañantes.

    Antier una planta clandestina que dio las características de una motonave que participaba en la búsqueda dijo que traía a Camilo a bordo; y la noticia estalló sobre el país en una lluvia de papeles que se lanzaban desde los balcones. Los obreros recorrían en camiones las avenidas, cantando, haciendo ruido con cualquier cosa, gritando el nombre de Camilo…

    Dos horas después, comprobado el cruel engaño, todo volvía a la normalidad, caminando despacio, pisoteando los papeles del milagro frustrado…