La abuela de los títeres

Grabado / Marcela Miranda

“Cuándo tú te vayas yo me iré contigo.
Seguiré tus pasos hasta el más allá.
Cuando tú te vayas, hallaré el camino
que un día me lleve a la eternidad”.
            La mujer que acababa de pronunciar estas palabras, cayó de cabeza al suelo, mostrando impúdicamente sus piernas de palo.   La sala, el galpón estalló en aplausos, mientras el telón se corría vacilante.
 -¡Bravo, Terranova! ¡Bravo!
 -¡Che parle Carolina! ¡Che parle!
El entusiasmo del público que terminaba de presenciar el final de la obra que durante dos meses se ofreció en episodios de todas las noches, desbordaba el pequeño galpón de la calle Olavarría.
En medio de los ¡bravo! y la sonora lluvia de aplausos, se corrió nuevamente el telón. Dos cabezas ocupaban el pequeño escenario.  Las de Carolina Ligotti y Sebastián Terranova, los marioneteros más nombrados del momento, que sonreían complacidos ante el público, mientras los muñecos, más viejos que ellos, se echaron a dormir a sus pies en inverosímiles posturas.
Era la primera obra que presentaban en la Argentina. Acababan de llegar del Brasil, donde habían actuado por espacio de un tiempo luego del aprendizaje en Italia. Sus respectivas familias eran conocidas como “marioneteras” desde varias generaciones atrás. Los muñecos los habían heredado de ellas.
Cuando Carolina tenía trece años Sebastián apenas le llevaba uno, contrajeron enlace y con su herencia de hombres y mujeres de nervios de hilo, recorrieron varios países hasta llegar a América. Durante años habían logrado el aplauso de la colectividad italiana de San Pablo. Ahora entusiasmaban a sus compatriotas de Buenos Aires.
La joven pareja seguía sonriendo todas las noches a la sala, pobre galpón de bancos de madera que contrastaba con la magnificencia de las vestiduras de los actores. Hace de esto cuarenta años.
       Desde entonces muchas veces la muñeca rubia cayó de cabeza al fin del último acto. Y muchas veces el terrible sarraceno barbudo clavó su puñal de madera en el pecho de cartón del carilindo trovador.
Durante los cuatro primeros años la actividad fue intensa. Luego con el advenimiento de la guerra mundial muchos italianos del barrio regresaron a su país, para defender la patria.
Tantos que la dama recitaba sus versos ante cuatro personas y el sarraceno mataba al trovador sin que nadie se estremeciese.  Fueron tiempos duros, que los marioneteros supieron superar.
Carolina que tocaba muy bien el piano desde los cinco años comenzó a trabajar en el Petit Colón de Villa Crespo haciendo música para que pareciera más dramática la escena en que la muchacha de ojeras trágicas huía de los brazos del villano. Y Sebastián, cambió el fino pincel con que pintaba los labios de sus actores por la brocha gorda con que blanqueaba paredes.
Cuando finalizó la guerra y la colonia de italianos retomó su ritmo normal volvió la pareja de titiriteros con sus dramas en episodios.
La voz de Sebastián ocupó nuevamente la garganta de cartón de los feroces guerreros. Y la dulce vocecita de Carolina volvió a las lánguidas damas de pelucas empolvadas.
Durante años los muñecos vivieron cientos de dramas. Por el galponcito de la calle Olavarría, desfilaron personalidades del mundo literario y artístico que se maravillaban del arte de los esposos Terranova. En numerosas oportunidades, los diarios y las revistas se ocuparon de ellos. Y de la graciosa muñeca rubia que caía de cabeza, luego de recitar con hermosa voz las palabras finales. Era la “prima donna” de la compañía.
Sebastián la hacía objeto de cuidados especiales. Porque era rubia. Y tenía los ojos celestes. Y se parecía por lo tanto a su Carolina.
Poco a poco, sin que lo sintieran las actuaciones se hicieron más espaciadas. Con el escaso dinero que tenían, se ubicaron en una casita de la calle Olavarría, a pocos metros de su “teatro”.
De vez en cuando ofrecían representaciones en cines o escuelas dedicadas a los niños. Y eso bastaba. Su época había pasado. Y ellos la habían sabido gozar. No obstante los muñecos fueron objeto del mismo cuidado de siempre. Y nunca le faltó al sarraceno asesino su bolita de naftalina debajo de la negra barba.
La última presentación de los títeres se llevó a cabo en un cine de la Boca con la presencia de muchísima gente que acudió a ver la función. Sebastián y Carolina volvieron a tener la sensación de estar en su pequeño escenario. Retornar a su galponcito. Escuchar nuevamente los aplausos del público. Pero su esperanza fue vana.
Luego de la función, las aguas del Riachuelo, en una de las inundaciones más desastrosas que soportó el barrio, anegaron la Boca.
Y los actores del teatro Terranova se ahogaron mientras dormían plácidamente colgados por el cuello. Las aguas se llevaron sus colores, dejándolos pálidos como cadáveres.
Sólo la muñeca rubia quedó en buen estado por su condición de primera actriz y de ser la mimada de su esposo, Carolina la había llevado a su casa colgándola del techo.
Hace tres meses rodeado por sus títeres descoloridos murió Sebastián. Sus personajes ya no tendrán voz. Y el terrible sarraceno ve oxidarse su coraza de lata sin poder lanzar una sola maldición.
La pareja de amor de todos los dramas se quebró.  Carolina de 85 años cayó postrada ante la pérdida de su compañero de tantos años. Hace tres meses que suspira en la casita de la calle Olavarría mirando a la rubia muñeca que pende sobre su lecho. Y de vez en cuando murmura, entornando sus grandes ojos azules, aquellas estrofas del último acto:
“Cuando tú te vayas, yo me iré contigo.
Seguiré tus pasos hasta el más allá…”